Por Roddy Gallegos Gonzales
En los últimos años hemos presenciado grandes cambios en la visión y la comprensión del mundo hacia las personas con necesidades especiales, con dificultades o discapacidad y en general, la aceptación de la diversidad de condiciones con la que convivimos. Junto a estos cambios hemos podido observar un avance importante en el conocimiento de las necesidades que vienen con ellas y es en este campo en las que se incluye a los problemas de aprendizaje.
La teoría nos brinda muchas concepciones y categorías al hablar de problemas de aprendizaje y es así como escuchamos hablar de trastornos de aprendizaje, dislexia, discalculia, déficit de atención, problemas de comprensión, etc. Muchos de estos han sido ubicados en los manuales diagnósticos a lo largo de los años buscando encontrar una “cura”, una causa o una solución a las consecuencias que acarrean. La realidad es que no es fácil definir “el problema”, cuándo determinar que se necesita un abordaje o cómo deben manifestarse los “síntomas” para ubicarlo en un diagnóstico pre establecido. Esta es la realidad que nos envuelve y que nos invita a investigar más, a observar más y a conocer más, no la teoría, sino la vivencia, en primera persona, es decir, lo que experimenta quien lo vive.
A lo largo de mi experiencia como maestra de niños con retos en el aprendizaje, puedo asegurar que no he conocido dos casos iguales y por ello puedo concluir que no podría dar un único diagnóstico o ubicar a niños con “síntomas” parecidos en un mismo grupo de intervención.
He tenido la dicha de acompañar a niños desde sus primeros años al llegar al nivel Inicial hasta terminar su escolaridad, triunfantes y orgullosos, y esto me ha permitido observar su desarrollo y la evolución de su aprendizaje, pero creo que lo más valioso ha sido el acompañarlos durante esa aventura que significó para ellos “el reto de aprender”. Cada uno ha tenido un reto distinto o una combinación de retos que les costaba afrontar, pero en lo que todos coincidían era en la necesidad de ser escuchados, ser observados, ser acompañados, guiados y finalmente, felicitados por sus pocos o muchos avances.
El estudiante con dificultades en el aprendizaje no es diferente a los demás, quiere tener amigos, quiere aprender y sentir satisfacción cuando logra vencer una dificultad, se alegra cuando saca una buena nota y se entristece o se frustra cuando algo le cuesta más de la cuenta. Sin embargo, la diferencia surge en la intensidad y en la frecuencia, sobre todo teniendo en cuenta que estas dificultades los acompañan diariamente, todo el día, en la escuela, en casa, en el club, en el parque, cuando se olvidan la casaca, cuando pierden el juguete, cuando no recuerdan lo que encargó mamá, cuando no pueden meter el hilo en la aguja, cuando escuchan de muchas personas “no sabes, no puedes, mejor lo hago yo, te demoras mucho…”. Este niño no recibe muchos aplausos mientras convive con sus amigos o hermanos que los reciben todo el tiempo, está acostumbrado al fracaso y muchas veces está cansado de tener que intentar tantas veces. Está cansado de ser comparado o compararse a sí mismo, de tener que trabajar más para conseguir menos que los demás, cansado de las terapias en las tardes, de las clases particulares, de no poder salir a jugar porque se demora en la tarea. Este es el niño que llega buscando ayuda y muchas veces sin saber que la puede recibir.
Creo que para poder conocer “el problema” necesitamos observar a la persona que está detrás de eso que vemos, de esa actitud, de ese miedo, esa frustración, esa tristeza, ese berrinche, esas lágrimas. Cuando tanto el niño de 5 años como el joven de 15 nos dicen “no puedo” es cuando debemos preguntarnos ¿qué puedo hacer yo para ayudarlo a poder, ¿qué puedo hacer para acompañarlo durante este camino difícil?, ¿qué puedo hacer para convencerlo de seguir intentando?
Esto es quizás lo que intentamos responder quienes trabajamos en este campo, quienes nos dedicamos diariamente a enseñar a pesar de las dificultades, a acompañar y guiar a quienes creen “no poder”. No quiero hablar de los problemas de aprendizaje que están listados en los diferentes textos y manuales de psicología y medicina; quiero hablar de los problemas de aprendizaje sin nombre, aquellos que vemos día a día en la escuela quienes somos maestros, o en casa, quienes somos padres y lidiamos todas las tardes con grandes retos que no sabemos cómo afrontar. Los manuales nos dan un diagnóstico que no tiene una mágica solución, los programas de intervención ayudan, pero no son creados para todos y es por eso que el camino es largo y debemos empezar cuanto antes a trabajar.
Escuchamos: “No quiere salir al recreo, no socializa, prefiere quedarse leyendo en la esquina”, “No presta atención, no escucha a la profesora, pero sí entendió la clase”, “Sí sabe resolver las operaciones en su cabeza, pero no puede plasmarlo en el papel”, “Sabe leer, pero no quiere hacerlo”, “Aprendió la tabla ayer pero hoy ya la olvidó”, “Lee perfectamente pero no comprende nada”, “Escribe como lo pronuncia”, “No puede atender a la clase porque le da miedo que suene la campana del recreo”, “No escribe porque usa los lápices como baquetas”, “No puede escribir en esas líneas tan delgadas”, “Solo le gusta escribir con plumones”, “No puede pintar porque esa no es la marca de colores que le gusta”, “Le duele el oído cuando esa profesora le habla”…
Estos problemas “sin nombre” no tienen una solución preestablecida y es por eso que tenemos un reto muy grande y un compromiso aún mayor. Nos toca observar, encontrar la necesidad individual y diversa y abordar con creatividad buscando la satisfacción de ese niño que está a punto de rendirse. Nos toca simplificar el proceso de enseñanza, buscar nuevos caminos para llegar al resultado (no dos, no tres, sino los necesarios), hacer comprensible lo incomprensible, avanzar a la velocidad que él necesita; a su ritmo. Nos toca adaptar, construir, crear, simplificar. Nos toca reír mucho, conversar más, mirar a los ojos y jugar de rato en rato. Nos toca ayudarlo a relajarse, a entender que es solo un reto, un peldaño en la escalera, acompañarlo al intentar y levantarlo si le cuesta hacerlo.
La verdad es que sí se puede, siempre se puede, quizás no dentro de esa “normalidad” a la que estamos acostumbrados, pero nuestro trabajo es el crear una nueva normalidad para esa persona que necesita sentirse aceptado, incluido y sobre todo feliz.
Roddy Gallegos Gonzales
Coordinadora Académica
Colegio María Nicole